Agua

1- La cita

En el centro de la ciudad a nadie parece importarle nada, todos van y vienen sin fijarse en nada. Es como un río que fluye sin parar, un río gris, un río de humo, un río de gente, un río de asfalto y metal.

Sentado en un banco de una plaza un hombre observa el cielo gris y ve pasar el tiempo sin ninguna preocupación. Es la única persona que se detiene a ver como fluye el gran río.

Viste un traje negro, camisa blanca, sin corbata y unos zapatos negros. Es una persona esbelta, de pelo oscuro y desalineado. Tiene ojos oscuros y profundos, que muestran una gran sabiduría a pesar de su corta edad.

Pasadas unas horas mira su reloj que marca las cuatro de la tarde, se para, mete la mano en su bolsillo, saca su paquete de cigarrillos, toma uno y lo lleva a su boca, busca su caja de fósforos, lo enciende y comienza a caminar lentamente.

Dejándose llevar por sus pasos cruza algunas calles hasta que llega a la puerta de una cafetería, vuelve a mirar su reloj, apaga su cigarro y entra.

Adentro parece que transcurriera otro mundo, está silencioso, solo se escucha una suave música muy tranquilizante, la alfombra es mullida y los pies parecen hundirse en ella. Las mesas son pequeñas, las sillas parecen ser cómodas, las paredes están recubiertas de cuadros de gente desconocida para él.

Luego de una inspección rápida, se sienta en una mesa en una esquina, algo solitaria, y pide un café.

El mozo se acerca; aparenta haber muerto hace varios años, carece de expresión y de movilidad, parece que la facultad de sentir del hombre hubiera desaparecido hace tiempo. Se acerca y dice:

- Aquí está su café señor.

La voz de este le da escalofríos y su aliento espanta más que su voz, pero el aroma del café es fuerte y reconfortante.

Luego de beber su café vuelve a mirar la hora, prende otro cigarro, se para, paga y se marcha.

Sus pasos parecen más apresurados, y se da cuenta de que ahora es parte de la corriente y ríe. Mira su reloj que marca las cinco y treinta, lo que se traduce como que está atrasado en su cita.

Recorre varias calles y se detiene frente a un gran edificio, mira hacia arriba y luego se dirige a su interior.

En la recepción una mujer flaca, casi esquelética lo recibe:

-Buenas tardes, ¿qué se le ofrece?

En respuesta el hombre saca de su bolsillo un sobre, lo abre y le entrega su contenido a la recepcionista.

Esta lo lee rápidamente, levanta la vista y dice:

-Adelante, lo esperan en la habitación 204.

Este se aleja, sube al ascensor, presiona un botón y la puerta se cierra lentamente. Luego del corto viaje en la caja, sale y se encuentra en un pasillo largo lleno de puertas, está poco iluminado, tiene el piso recubierto de una alfombra roja y las paredes parecen de mármol. Camina unos pasos, se para frente a la puerta con el número 204, levanta su mano para golpear, duda, pero al final golpea tres veces.

Del otro lado una voz de mujer contesta:

- Adelante, está abierto.

Gira lentamente el picaporte, empuja la puerta de madera con el número 204 y se adentra en una habitación algo grande. Está algo obscura, bien amueblada, y tiene en el aire un aroma muy dulce, casi refrescante.

En el medio de la habitación hay dos grandes sillones negros. En uno de ellos hay una mujer de mediana estatura, pelo oscuro y ojos claros que parecen ser tan fríos como la nieve. No parece ser más grande que él en años, y su forma de vestir llamaría la atención de cualquier hombre. Lleva puesto un vestido escotado negro, largo hasta las rodillas, parece ser bastante caro al igual que sus negros zapatos. Tiene aros y un collar de oro, todo engarzado con esmeraldas muy finas.

Ella lo mira de una forma algo sorprendida; con un gesto de la mano lo invita a sentarse, y dice:

-Buenas tardes, veo que es impuntual.

Él toma asiento, se acomoda, prende un cigarro, le da algunas pitadas y la mira con expresión de esperar algo.

Esta se levanta, le acerca un cenicero, lo cual él le agradece asintiendo con la cabeza, vuelve a sentarse y comienza a hablar:

- Como sabrá, lo contrate porque usted posee las mejores referencias en cuanto al asunto se trate, pero en realidad me siento algo decepcionada, esperaba conocer a alguien con un poco más de estilo. Pero creo que no debo ser prejuiciosa ya que no lo he visto en acción.

La voz de la mujer era tan dulce y armoniosa que relajaba, y después de un silencio él dijo:

-Sepa disculpar mi presentación, pero tuve una larga noche y vi mis tiempos algo apretados. Pero espero serle tan útil como usted me resulte útil a mí.

- Me gustaría poder entenderlo, si no le molesta explicarme a que se refiere...

- Como usted sabrá, mi tiempo es valioso, así que, si este trabajo me es poco rentable, no veo la necesidad de seguir sentado en esta habitación, ya que hay varias personas que requieren mi servicios.

En la cara de ella, luego de oír aquellas palabras, se dibujo una expresión poco amigable.

- Al parecer sus modales tampoco son los que esperaba.

- Espero no haberla ofendido, pero, el tiempo sigue corriendo. Además todavía no se el nombre de la persona para la que voy a trabajar.

- ¿Se refiere a que me ayudará?

- Todavía no oí el caso ni la oferta.

- El precio colóquelo usted luego de escuchar lo que tengo que decirle.

Por unos instantes el tiempo parecía haberse detenido, lo único que demostraba lo contrario era el humo azul del cigarrillo, que seguía subiendo y dibujando extrañas figuras en el aire.

Luego del silencio ella dijo:

- Mi nombre es Marle, y mi apellido no es de importancia. Soy poseedora de una gran fortuna que heredé de mi padre, por lo cual estoy dispuesta a pagar lo que sea necesario, siempre y cuando el trabajo sea realizado con éxito y de la mejor manera posible.

Él apagó su cigarro, miró su reloj, se acomodo en el sillón, levantó la vista e hizo una expresión para que continuase hablando.

Ella tomo aire y prosiguió:

- Para ahorrar tiempo voy a ir directamente al punto. Tomó su bolso, lo abrió, revolvió un par de cosas, saco una fotografía y se la dio a él junto con unos papeles.

Este tomo las cosas, le dio una rápida inspección a la fotografía, luego leyó los papeles, se levantó y dijo:

- Empezare a trabajar ahora mismo, cuando este terminado cobrare mis “honorarios”.

- Perfecto, ¿ y cómo me enterare cuando haya finalizado?

- No se preocupe, lo sabrá.

- ¿No piensa decirme su nombre?

- No es necesario; adiós.

Este se da la vuelta, se dirige nuevamente al pasillo, cierra la puerta a sus espaldas, recorre los pocos pasos hasta el ascensor, presiona el botón para llamarlo, mira la hora y decide bajar por las escaleras. Al llegar abajo se da vuelta y mira la cascada de escalones que hay detrás de él, camina lentamente hacia la calle, al pasar por la recepción la muchacha lo despide pero no le hace caso, llega a puerta, se detiene por unos minutos a ver a la gente pasar y luego se zambulle en la corriente y desaparece lentamente.

2- Día largo

En los suburbios de la ciudad todo es paz y armonía, circulan pocos autos, solo unas cuantas personas caminan por la calle, el aire es fresco, las grises calles son adornadas con grandes árboles y los jardines de las casas.

Tras el más hermoso de los jardines hay una pequeña casa, tiene una puerta en el medio y una ventana a cada lado. Detrás de una de estas, hay un hombre que duerme profundamente, junto a este hay un reloj que en pocos minutos gritará que es hora de despertar.

El despertador suena durante unos minutos, el hombre que dormía se levanta, camina lentamente hasta el baño, se mira en el espejo, el cual le devuelve la imagen de un hombre alto de cabello rubio y ojos negros.

Luego de una inspección de su rostro, toma su afeitadora y, una vez más, comienza la rutina de todos los días. Al terminar se da cuenta de que tiene un corte en una mejilla, pero no hace nada, solo mira como nadan las gotas de sangre hasta que saltan y caen lentamente. Piensa durante unos segundos, se limpia la cara, abre el agua de la regadera y se da cuenta de que este no es un día como el resto, no es parte de la rutina, hubo un pequeño cambio.

Sale de la ducha, mira la hora, se viste apresuradamente, se dirige a su cochera, se sube a su auto y sale una vez más hacia la oficina que lo apresa durante ocho horas todos los días.

Conduce por las muertas calles que llevan al centro, convirtiendo lentamente la tranquilidad en ruido, la soledad en multitud y el aire fresco de la mañana en el negro humo de la ciudad. El recorrido lo lleva al estacionamiento de un edificio no muy alto.

Avanza lentamente por el negro tramo que lleva a la cochera, estaciona su automóvil, baja, camina hacia el ascensor que lo encierra por unos segundos hasta llegar al cuarto piso. Al salir mira el estrecho corredor alfombrado, rodeado de puertas de madera con placas doradas con nombres.

Se dirige al fondo del pasillo, mira la placa de la última puerta que tiene su nombre, la abre despacio, con la esperanza de encontrar algo nuevo, pero al dar una inspección rápida a su oficina, nota que todo sigue igual. Los mismos archiveros, el mismo escritorio, la misma silla, el mismo ventanal que da a la plaza y el mismo perchero de madera parado en la esquina.

Suspira profundamente, y luego se sienta en su silla giratoria y mira pensativo por la ventana.

Alguien golpea la puerta, la abre y entra una mujer bajita, regordeta, bastante mayor, con una falsa sonrisa que demuestra su desgano por la vida y dice con una chillona voz:

- Buenos días, aquí tiene sus informes Señor Rice.

Se acerco al escritorio, dejo los papeles, dio la media vuelta al ver la indiferencia de él y se marchó.

Miró de reojo los papeles, luego su reloj, tomo una lapicera y comenzó su rutinoso trabajo.

Al terminar volvió a mirar el reloj y vio que era hora del almuerzo y que le quedaban cuatro horas más en la oficina sin trabajo por hacer, giró su asiento hacia la ventana, tomo de su bolsillo sus cigarros y sus fósforos, prendió uno, acerco un cenicero y decidió ver pasar las horas a través de los cristales.

Pasadas dos horas de su visión al mundo, notó que en un banco de la plaza hay un hombre que lleva el mismo tiempo que él, haciendo lo mismo que él y decide volver a su oficina.

Pasa una veloz hora y decide volver a ver por el ventanal, pero antes, prende otro cigarro, le da una pitada, gira la silla y nota que el hombre de la plaza se acaba de parar para prender un cigarrillo; este comienza a caminar lentamente y se pierde entre la gente.

Llegan las cinco de la tarde y se resigna totalmente de que ese día sería diferente, aunque en el fondo sentía algo.

Se para, toma su abrigo, recoge los papeles, sale de la oficina, camina hasta la escalera y baja, se dirige a la recepción, deja los papeles y se dispone a marcharse.

Una vez en su auto sale nuevamente a la calle y comienza a manejar, divaga por la ciudad hasta darse cuenta de que no está yendo a ningún lado, mira el reloj que le dice que son las seis y media de la tarde y se detiene frente a un hotel.

Pasan unos segundos y decide volver a su casa, pero en ese momento, en la puerta del edificio ve aparecer al hombre que estaba en la plaza, lo ve como se mezcla entre la gente gente, pero en vez de dirigirse a su casa siente un fuerte impulso, no sabe porque pero el cuerpo no le responde, y cuando se da cuenta ya lo está siguiendo.

Después de avanzar unas cuadras decide seguirlo a pie, ya que con la cantidad de gente que hay en el centro sabe que no va a ser notado.

Camina unas cuadras arrastrado por esa sensación extraña hasta llegar un bar, ve entrar al extraño, espera unos minuto, entra, mira el piso alfombrado y las paredes recubiertas de fotos de gente desconocida. Su rápido análisis del lugar lo hace sentarse en una mesa en una esquina para poder observar al hombre.

Se acerca el mozo; parece estar muerto y carece de expresión. Se abalanza sobre la mesa y dice:

- ¿Qué se le ofrece caballero?

El aliento de este huele como a un pantano y lo desconcierta por un segundo, pero luego dice:

- Solo un café, gracias.

A los pocos minutos vuelve el mozo con el café, lo deja sobre la mesa y se marcha. El olor es reconfortante y fuerte. Por unos segundos olvida que hacía en ese lugar, pero una voz algo grave y tranquila le dice:

- ¿Tendría fuego?

-Claro, sírvase.

Levanta la mirada para darle los fósforos y se paraliza al ver la cara del extraño fumador.

Al final de su mano se encuentra al hombre que estuvo siguiendo toda la tarde, y como una prolongación de la mano de su interlocutor un pistola de pequeño calibre.

Se escucha un fuerte trueno adentro del café, llueve sangre sobre la alfombra y los limpios vidrios, hay un gran silencio a pesar de lo ocurrido y la gente al mirar el lugar de donde provino ese trueno no encontró a nadie, solo al pobre Mr. Rice muerto sobre la mesa.

FIN


la idea seria filmarlo en capitulos jeje espero que les halla gustado

4 comentarios: (+add yours?)

Sara dijo...

Esta muy bueno, descriptivo sensacional, nose porque, pero siempre esta ese extraño que nunca muestra su identidad, en realidad tiene miedo de hacerlo, el asesinato de tu propia consciencia..

abrazo cafe

Martín dijo...

Esa historia ya existe y se llama "juanito y los clonosaurios".

jojo

AK dijo...

Y... tu pluma tiene sabor a Borges

Anónimo dijo...

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