1 - El Comienzo
Después de una insoportable noche de trabajo, guardo todas
mis cosas y sin despedirme de mis compañeros salgo por la puerta de atrás y me
dirijo a mi departamento.
A pesar de que la noche está helada y no hay un alma en las
calles decido volver caminando, disfrutando de esa paz que llena las calles obscuras.
Guiado por un impulso empiezo a palparme los bolsillos, solo
para recordar que llevo cuatro meses sin fumar, así que, resignado, decido
emprender mi marcha.
Las calles parecen las de una ciudad abandonada, no se ve ni
un solo auto por ellas, lo que me hace sentir mas seguro. Por lo general la
gente tiene miedo de caminar en la obscuridad, miedo que siempre me pareció
irracional, me asusta mas caminar por calles atestadas, donde nadie se fija de
que le pasa al que esta al lado.
Cerca de la calle donde esta mi casa siento el sonido de una
ambulancia, me quedo parado, pensando, viendo salir el humo que sale de mi boca
a causa del frío, noto que estoy agitado y que a causa de la caminata ya me había
sacado casi todo el abrigo.
Respiro profundamente, me vuelvo a poner mi campera, y
retomo la marcha mas lento cuando de repente desaparece el ruido de la sirena.
-
El sonido de mi celular vibrando en la mesa de vidrio me
despierta. Intento abrir los ojos pero no puedo. El teléfono sigue llamando sin
parar. Decido darme por vencido cuando me doy cuenta que todavía es de noche.
Lo que sea que me quieran decir, puede esperar hasta el medio día, o eso
pensaba, porque siguió sonando.
Despabilado logro abrir un ojo, me levanto y convenzo a mis
pies de que me lleven hasta la mesa, abro el teléfono, intento leer quien
llama, tardo unos segundos en abrir mi otro ojo y unos mas en hacer foco en la
pantalla hasta que veo quien es.
Cierro el celular, lo vuelvo a dejar en la mesa, voy hasta
la cama, levanto el colchón, saco un paquete de cigarrillos que tengo escondida
ahí hace meses, me siento en la cama, enciendo un cigarro y repaso una y otra
vez las palabras que me dio segundos atrás el aparato para poder darles un
orden y comprenderlas.
Almorzando decidí no volver a trabajar, detestaba pasar mi
tiempo en ese lugar. Llamé y avisé mi renuncia. Realmente no me importaba ver
como me las iba a arreglar para pagar el alquiler, ya ni me importaba pensar en
que podía quedarme en la calle.
Salí a caminar, solo para disfrutar la libertad, y tal vez,
elegir la plaza en la que iba a terminar viviendo.
-
Pasaron seis años desde aquella llamada y llevaba cinco viviendo
en las calles. En todo ese tiempo no podía dejar de pensar en lo que me entere
esa noche, la razón por la cual había decidido convertirme en un vagabundo no
me dejaba en paz. Cada cigarrillo que prendía me empujaba a pensar en las
decisiones que había tomado en el pasado, sin darme cuenta de que fui cómplice
de algo que iba a traer consecuencias terribles para todo el mundo.
Era de noche, envuelto en mis colchas, fumaba un cigarro en
compañía de mi fiel paloma, Augusta, disfrutando de las pocas estrellas que se
ven en la ciudad, discutiendo sobre las elecciones que se acercaban. Cuando de
repente vimos algo moverse en el baño, o más bien los arbustos en el medio de
la plaza.
No estando acostumbrado a los intrusos en mi propiedad me
levante abruptamente y grite:
-¿Quién vive?
Nadie respondió, así que mire a Augusta, la puse sobre mi
sombrero, y nos encaminamos despacio al lugar de donde venían los ruidos, y
cuando abrí la puerta del baño, lo que vi, hizo que me llevara las manos a la
boca.
Ahí, acostado, con una bata de hospital y abrazando un
cuadro de un caballo blanco con manchas negras, había un gorila de lomo
plateado que lloraba desconsolado.
Volví corriendo a mi habitación tome mi mejor colcha y un
segundo después lo tapaba para que no sufra mas frío. Le acerque mi caja de
vino para que tome algo, la rechazo tarándola al suelo, encendí un cigarro y se
lo acerque. El gorila dejo de llorar, me miro con los ojos llenos de lágrimas,
se sentó erguido, agarro el cigarro y le dio una larga pitada.
Cuando se calmó un poco, lo llevé a la mesa del comedor, le
preparé un sanguche de mortadela y lo mire atentamente mientras comía de manera
desaforada.
¿No sabía por qué? Pero estaba seguro de que lo conocía.
Tenía unas ojeras enormes, parecía que no había dormido en días y tenía una
enorme cicatriz que cruzaba toda su frente.
Terminó de comer y se refregaba las lágrimas mientras miraba
la foto del caballo. Le dí una mirada a Augusta, me acerque y le dije al oído:
-Mañana a primera hora vamos a ir a la biblioteca, yo, a ese
caballo lo conozco. Parece no tener guita, lo mejor va a ser que nos llevemos
bien con él.
Augusta giro su cabeza y me mordió un dedo.
-No, no creo que nos tengamos que preocupar, tengo el
presentimiento de que algo bueno va salir de todo esto.
Esa noche dormimos muy tranquilos los tres, aunque mi nuevo
amigo, cada tanto sollozaba. De seguro extrañaba a ese caballo.
Me desperté antes que mis amigos, revolví el armario en
busca de algunas ropas. Augusta se levanto poco tiempo después, tomó un
desayuno rápido y se fue a trabajar.
Yo prepare un café caliente y desperté al grandote, le
acerque una campera con una gran capucha y una pollera amarilla con flores
larga hasta el suelo. Se vistió rápido, tomó su taza de café y me dirigió una
enorme sonrisa levantando las manos en el aire. Definitivamente, ese, era el
comienzo de una gran amistad.
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