Ahí estaba yo, sentado en el medio de la absoluta nada.
Sabía que tenía que hacer algo, pero no podía atar los cables. Con mi mano
derecha sostenía una pala, bastante grande, de esas con punta. En la izquierda
un celular.
A unos metros podía ver un río, así que decidí ir a mojarme
la cara con la esperanza de despejarme un poco y recordar quién era y qué
estaba haciendo ahí.
Me paré y sentí la tierra bajo mis pies descalzos. Era
blanda, algo de pasto, húmeda, fresca. Fue placentero caminar hasta el agua, sintiendo
en cada paso como se iba volviendo más fría. Una sensación sumamente placentera
que contrastaba el pesado sol que me golpeaba la cabeza.
Tal vez era un golpe de calor, uno tan fuerte como para
desorientarme. Solo tal vez.
Sumergí mis pies en el agua y me arrodillé. Pensé que iba a
poder ver mi cara reflejada en el agua, no la recordaba, pero no pude, eso solo
pasa en las películas. Me refregué la cara, y junto con el frío aliviador pude
oler la tierra húmeda, parecido al olor de la lluvia. Analicé lo que mis manos
habían sentido para poder armar una imagen de mí mismo. Pelado, nariz grande,
pómulos marcados, ojos hundidos, un poco de barba. Debía llevar unos cuatro o
cinco días sin afeitarme.
Volví a mi piedra, decidí que era mía. Ya tenía un punto de
origen y al menos una referencia temporal de mí mismo. Por el estado de mis
manos y lo que veía de mi cuerpo, no debía tener más de 30 años.
Comencé a buscar en mi mente y la encontré llena de
conocimiento, pero ninguno podía decirme quien era o quien fui.
Ahora tenía conocimientos y una leve imagen, así que decidí
hacerme pruebas para ver cómo podía avanzar. Estaba convencido que si descubría
quien era, iba a recordar que estaba haciendo en ese lugar.
Teniendo en cuenta de que no estaba golpeado ni tenía
efectos de haber estado drogado, podía decir que llegue de manera voluntaria.
La pala y el celular no me decían nada tampoco. Sin hambre y sin sed, por lo
que no llevaba mucho tiempo de haberme alimentado bien. Pero no se veía
absolutamente nada a kilómetros de distancia. Solo llanura y un par de árboles.
Tomé el celular y comencé a ver la lista de contactos, podía
leer, eso es bueno. Había cientos de nombres, pero ninguno me sonaba familiar,
ni siquiera me detuve un milisegundo en ninguno. Nada, solo extraños.
Tenía que llamar a alguno, pero, ¿cómo elegir entre tantos
extraños? ¿Y si no me conocían? Tendría que pedir ayuda, a quien sea, sin
referencia geográfica de mi paradero, sin poder explicar cómo llegué, que hacía
ahí o como perdí la memoria. Mejor dejar la idea de llamar a alguien para
cuando pudiera descifrar algo más sobre quien era yo.
Empecé a revisar mis bolsillos para ver si podía saber algo
más. Una caja de fósforos, cigarrillos, dos monedas y la llave de un auto.
Bien, las monedas decían “República Argentina”, era un
avance, pero no iba a dar por sentado que estaba en Argentina solo por el
simple hecho de que las monedas lo decían. Revisé los fósforos, Argentina. Y
los cigarrillos con estampilla Argentina. Ahora si daba por sentado en que
parte del mundo me encontraba.
Habiendo pasado una hora, descubrí que era fumador, la
ansiedad. Encendí uno y pensé un poco. Volví al celular. 02:47 PM. Revisé el
menú. Había música. Jazz, rock, reggae, música clásica, electrónica, algo de
pop. No me decía nada, así que decidí escuchar un poco de cada estilo para ver
con cuál era más afín.
Todos generaron lo mismo, parecía que la selección de
canciones que había era muy cuidada, claramente disfrutaba de todos. No podía
sacar más conclusiones de ahí.
Apagué el cigarro y volví a mi mente.
Definitivamente no me podía ir de donde estaba, algo tenía
que hacer ahí. Salir a buscar una ruta o personas que me ayudaran no iban a
solucionar realmente mi problema. Sabía que
si seguía investigando iba a poder llegar a la respuesta que buscaba.
El calor seguía subiendo y ya casi no lo aguantaba, así que
puse manos a la obra y tomé la pala de punta, me dirigí de nuevo al río. Me
saqué toda la ropa y empecé a apilar al lado mío ese barro fresco.
Cuando sentí que ya era suficiente, dejé la pala en el piso
y me quedé mirando el montículo de barro, como si me hablara. Y de repente, me
arrodillé, metí las manos y sentí esa frescura extenderse por todo mi cuerpo.
En cuestión de segundos estaba completamente cubierto, salvo por mi cabeza.
Mis ojos se abrieron de golpe, sentí mis pulmones llenarse
de aire, y sin poder controlarme comencé a embadurnarme la cabeza con el fresco
y húmedo barro.
Todo empezaba a tener sentido, y la respuesta era esa misma.
Ni la gente que conozco, ni mis gustos o todos mis conocimientos juntos iban a
poder jamar responder a esa pregunta.
Estaba a unos pocos kilómetros de una ciudad chica, había
ido exclusivamente a buscar ese barro fresco y sanador, para ponerlo en mi
cabeza, porque con 29 años, nadie, jamás, me iba a poder decir por qué me había
quedado pelado…. Una desgracia, una tragedia.
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